Después de viajar comprenderás el gran significado de la Pachamama

Antes de salir a caminar el mundo con mi mochila creía en Dios; rezaba y hasta asistía los domingos a misa. Me interesaban la religión y los libros relacionados con ésta, empezando por la biblia. Una vez que llegué al altiplano boliviano y observé sus géiseres con un amanecer naranja en las alturas del cielo, dudé; porque lo que mis ojos veían era lo más parecido a una ilustración de la llamada creación y además, la energía sentida era tan grande que sobrepasaba a cualquier cántico o lectura de San Juan.

Viajar como otras tantas cosas en la vida nos transforma. Es tan grande ese descubrimiento de paisajes nuevos, gente que creíamos extraña y sabores raros que todo nuestro cuerpo se va moldeando hasta ser flexible y adaptable a lo que venga.

Casi cualquier religión nos habla de sacrificios, santidades, virginidades y demás palabras que esconden significados de limitaciones, vergüenza y hasta castigo. La naturaleza, en cambio, nos refiere a la abundancia, a la contaminación como consecuencia de nuestras propias acciones y a la energía que emerge de la tierra. También había leído sobre esto y me parecía ambiguo hasta que escuché hablar de la Pachamama.

Empecemos por aclarar que viene de la lengua indígena Quechua y que tiene diversas connotaciones centradas en la Madre (mama) más su complemento Pacha, que puede representar desde el universo, el tiempo, el lugar y la tierra en la que vivimos.  Para algunos pueblos bolivianos, Pachamama es también una religión, sostenida en el respeto hacia la tierra que nos ve nacer, crecer y morir.

Estas creencias son comunes en Los andes de América del Sur, con especial atención en Bolivia, Perú, el norte argentino y algunas etnias colombianas. Recuerdo que al recorrer los alrededores del Gran Salar de Uyuni y la Laguna Colorada la palabra estaba muy presente y hacia ecos cada vez que una luz violeta invadía el cielo o en testimonios menos metafísicos como la enfermedad del pariente o la cosecha de papa del vecino.

Una de las niñas en la ruta me contó que una vez se quemó con agua muy caliente y su mano se inflamó muchísimo. Para sanarla, sus padres mataron a una llama y lavaron su mano con la sangre del animal, junto con oraciones y cantos al viento. “Mira, mi mano sanó. No hay cicatriz” y fue verdad, su mano apenas dibujaba una pequeña arruga que al tocarla era suave, lejos de ser desagradable a la vista.

Creer en la Pachamama es convencerse de que somos parte de la naturaleza y que sólo ella, mediante sus frutos y seres vivos, puede sanarnos y transformarnos en mejores personas. Para los practicantes existe una fecha y es el primero de agosto de cada año, día en que no faltan ofrendas ni bailes en honor a la tierra que nos cobija.

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Los creyentes no necesitan de oraciones convencionales, muchas veces los cánticos van surgiendo de acuerdo a la emoción del momento. Ellos lo que realmente necesitan es que la tierra les proporcione el alimento, que el agua nunca falte y que el sol y la luna cumplan sus ciclos naturales para garantizar la cosecha.

Cada primero de agosto los pueblos originarios entierran ollas de barro repletas de alimentos, botellas de alcohol y hasta cigarrillos en las cercanías de sus casas como una ofrenda a la tierra para que ésta se alimente y, al mismo tiempo, los alimente a ellos.

En Suramérica, tribus como los quechuas y los aimaras practican esta creencia  y han sobrevivido pese a la globalización presente en las enormes urbes que las rodean.

Comprender a la Pachamama es saber que si ella está en riesgo, nosotros también lo estamos. Es actuar en pro de ésta y su bienestar. Y, es saber que el mundo es un perfecto ecosistema en el que al fallar uno, fallamos todos.

Desde mi visita a Bolivia creo en la Pachamama y siento esa energía en cosas mínimas como la brisa agitando a las hojas en las huertas o una tormenta empapando el jardín de casa. Me parece que lo importante no es cerrar los ojos y darse golpes de pecho, lo importante en sí es dejarse maravillar por la naturaleza que nos arropa y sentir tanto amor por ella que nos transformemos en agentes de cambio, desde nuestras acciones, no desde la palabra.

¿Crees en la Madre Tierra?

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