Nadie me dijo que viajar de mochilera sería tan peligroso
Existe la creencia de que para viajar de mochilera (o) es necesario tener una condición física excepcional, inclusive conozco casos de amigos que antes de emprender un viaje pasan horas en el gimnasio moldeando los músculos de sus piernas y brazos, empeñados en que eso les dará ventaja frente a los kilos que llevarán en su espalda.
Cuando decidí hacer mi primer viaje con una mochila en la espalda lo hice más por experimentar que por una sincera convicción. En aquel momento, mi compañero decía que ir de mochilero se traducía en más aventuras, menos dinero, más diversión, menos preocupaciones. Lo del peso y la fragilidad de mis músculos (por no decir la ausencia) nunca fue motivo de conversación previa al viaje. Tampoco lo fueron posibles enfermedades, las probabilidades de morir ahogada o las persecuciones nocturnas en calles desconocidas. Y no lo fueron no porque mi amigo no quisiera advertirme, sino porque él tampoco sabía lo peligroso que puede ser andar con una mochila por ahí.
Después de varias banderas cocidas en mi mochila puedo asegurar que esos riesgos los vas conociendo en el camino. Además, existen muchísimos mitos que envuelven la palabra mochilera (o); los hay desde que son hippies sin ningún propósito en la vida hasta los más comunes de “gente que no se baña y va mendigando por ahí”. Nada más peligroso que los prejuicios y estereotipos impuestos por una sociedad.
Para mí viajar con mochila es un ejercicio constante de desprendimiento, de reconocer qué es lo que realmente necesito para moverme de un lugar a otro; y, también es una necesidad de ligereza, de caminar con la mirada hacia el horizonte, con la espalda erguida y sin tener que doblarme a la altura de la valija y sus rueditas. Pero ¡ojo! una mochila no debe ser sinónimo de culto ni de categorización. Sea con una valija inmensa o una mochila pequeña, lo que importa es moverse y observar, y aquí aparece otro gran peligro: ¿cómo se observa mientras se viaja?
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La lista de riesgos puede extenderse más y más, entonces voy a enumerarlos para evitar divagaciones (también peligrosas) e ir directo al grano. Estos son los riesgos que nadie me dijo antes de tomar mi mochila y salir a caminar por el mundo:
- Necesitas ser extremadamente fuerte para moverte con esa mochila
Soy delgada, nunca he alzado pesas ni está entre mis objetivos futuros. La primera vez que me amarré la mochila a los hombros por poco me desplomo en el piso. No es que estaba a reventar, pero mi espalda y su ligera desviación no estaban acostumbradas a cargar semejante peso. Entonces, caminé del living a la habitación y nada, no creí que pudiera hasta que decidí que sí, que si tantos van así por el mundo yo también podría.
Sin importar la delgadez de mis brazos, mi problema en la columna, mi asma y mis manos torcidas agarré la mochila y salí y ya después de cruzar la primera frontera terrestre había olvidado su peso. Entendí que no necesitaba tener un cuerpo X ni estar exenta de imperfecciones, comprendí que el peligro real son nuestras inseguridades y miedos personales. Una mochila puede pesar (por supuesto), pero más pesa el revoltijo de emociones que tengamos en la cabeza y al viajar debemos ser lo suficientes fuerte para controlarlas y avanzar.
- El mundo no eres tú y tus circunstancias, el mundo somos todos
Viajo sola y, muchas veces, me deprimo al sentirme así. Una mañana llovía en Cuenca (Ecuador) y estaba en una banca solitaria pérdida en mis pensamientos, me preguntaba qué hacia ahí tan sola y sin nadie con quien conversar, me retaba a regresar a casa para hablar con mis padres y salir con mis amigos. Hasta que un niño se me acercó para ofrecerme un dulce que vendía y al decirle que no tenía dinero se sentó a sacarme conversación. Almorzamos juntos, lo acompañé a su casa y nos despedimos.
Quedarte en casa puede ser un peligro, ver el mundo a través de las imágenes del noticiero también. Salir y enfrentar la depresión charlando con un niño puede que también sea un riesgo, pero de una cosa estoy realmente segura: viajando he descubierto que el mundo es un hogar para todos, que sí, puedo deprimirme y sentirme sola, pero siempre habrá alguien mirándote desde el otro lado, queriendo saber los porqués de tu situación, ¿por qué? Porque somos humanos y mira qué peligro, pero nos importamos y nos necesitamos ayudar.
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- Cuando observas de cerca el mundo sientes unas terribles ganas de llorar
Antes de salir a caminar con mí mochila creía que viajar era estar de vacaciones y por ende, significaba “ser atendida”, estar cómoda y sin ningún tipo de preocupación más que disfrutar, comer y dormir a la hora que quisiera. Después de hacer varios viajes con poco presupuesto, un par de zapatos deportivos y muchas viandas con arroz y panes rellenos, calentados a la luz del sol, conocí otra forma de viajar: integrándome con gente local, durmiendo en camas prestadas, haciendo compras en mercados populares y charlando con todo tipo de personas.
Cuando viajas así corres el peligro enorme de observar de cerca distintas capas del mundo, de arroparte con ellas y documentarlas con tu cámara o con tu palabra y terminar como el genial Sebastiao Salgado.
Confieso que he pasado por grandes descargas de llanto al ver tantas desigualdades (de todo tipo), pero ese mismo zarandeo me ha hecho creer más en nosotros mismos y en la capacidad que tenemos de transformar nuestra realidad. El viajar con poco presupuesto y con una mochila te abre puertas maravillosas, porque te acerca a otros que al igual que tú no tienen más que unos cuantos pantalones y una manta para cubrirse, pero que también tienen un universo de historias por compartir.
El peligro no es llorar días enteros, el verdadero peligro es regresar y no hacer nada por cambiar lo que tus ojos registraron. Ese, quizá, sea el mayor riesgo. Entonces, ¿estás preparado para caminar por el mundo con una mochila?