¿Por qué Suramérica es un destino exótico para muchos viajeros del mundo?

¿Por qué Suramérica es un destino exótico para muchos viajeros del mundo?

¿Por qué Suramérica es un destino exótico para muchos viajeros del mundo?

Una vez que emprendes un viaje por carreteras suramericanas descubres que sus caminos están llenos de viajeros del mundo entero, quienes armados con mochilas o enormes maletas van por ahí, con sus caras de felicidad en búsqueda de ese secreto nuestro que revele el ¿por qué somos tan exóticos?

Aunque para algunos la palabra exótico  genere malestar, no podemos negar que a Suramérica le sobra extravagancia, singularidad y muchos detalles que para nosotros son cotidianos, pero para otros son raros o inexplicables.

Viajando por Suramérica he compartido con viajeros de Europa, Asia y América y he aprovechado de acumular motivos que nos coloquen, muchas veces, en el sitial de honor para exploradores con necesidad de encontrar y experimentar eso que para ellos nos hace ser especiales.

Somos una región que se construye día a día,  con estas palabras siempre recuerdo a Adeline; una francesa en Buenos Aires, para quien la principal virtud de Suramérica es su capacidad de caer y levantarse sin límites de tiempo.

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En Suramérica faltan muchas cosas por hacer, edificios que construir, leyes por obligar a cumplir o normas nuevas efectivas que suplanten aquellas que nunca se cumplieron. Suena extraño, suena a inmadurez; pero para muchos viajeros esta condición nuestra es sinónimo de oportunidad para innovar, para nunca conformarnos y para crear a partir de lo que no hay.

Y justo esa es la segunda demostración excéntrica de casi cualquier suramericano, ese ser creativo que nos impulsa siempre y que nos hace dueños de la clásica “lo que no sabemos, lo inventamos, pero quedar mal, eso nunca”. No conozco a ninguna alma nacida por estas tierras que se deje vencer ante dificultades.

Nuestros imaginarios son tan ricos, mágicos y milenarios que apoyados en nuestros padres incas, mayas y waraos; todas civilizaciones misteriosas, nos alimentan la imaginación y sirven de inspiración a nuestros pueblos, sin límites de geografía ni lenguas.

Somos genuinos, espontáneos cada uno en su territorio; porque la espontaneidad con la que una chola boliviana te levanta de la banca para ella sentarse con sus guaguas es igual de genuina a la puteada de un porteño en cualquier colectivo de Buenos Aires al solicitar el asiento para un discapacitado y no observar respuesta positiva.

La verdad es que somos expresivamente honestos, es como si nuestros gestos revelarán esa condición tan perfectamente que, a veces, las palabras sobras. Nada parecido al frío alemán que para abrazarte, primero te pide permiso; un suramericano hace las cosas, ya después tendrá tiempo de medir  sus consecuencias.

Por carreteras ecuatorianas, una española me dijo “ustedes viven en una primavera permanente”  y después de reflexionar largo rato, respondí que sí, que tenía toda la razón. Pese a ser una región con muchas desigualdades de riquezas y patrimonios, nos caracterizamos por ser optimistas y vivir de fiesta en fiesta.

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Si contabilizamos la cantidad de feriados no laborables, fiestas religiosas/paganas, centros nocturnos y juntadas en casa de amigos cualquier día del año; las cifras serían reveladoras, pero es que nos gusta hablar, compartir nuestras tristezas y transformarlas en productos, proyectos o emprendimientos colectivos.

Puede que no sea la mejor virtud, puede que a Suramérica le haga falta madurar, pero ¿a quién no le gusta sonreír para olvidarse de las lágrimas? Un venezolano alzará  una mano de inmediato y sólo una, porque en la otra seguramente sostendrá una cerveza o vasito con ron y coca.

Otra característica muy nuestra y celebrada por Adeline es la flexibilidad con que vemos el mundo. “En casa mi familia tiene lleno su candelario de marzo hasta diciembre.  Si una amiga llama hoy porque quiere verte, nada, tendrá que esperar hasta enero”.  Esta confesión me dejó boquiabierta, pero después de conocer alemanes, suecos y más franceses descubrí que es verdad, para ellos lo que está en la agenda es prácticamente inamovible, mientras que de este lado del mundo son muy pocos los que usan este cuadernillo con la disciplina que amerita.

El día en cualquier país suramericano es mutable y moldeable y nada nos cuenta integrar nuevos amigos con los más viejitos del grupo.

Aquí volvemos a encontrar conexión, porque otra de nuestras mejores virtudes es ser excesivamente amigables con cualquier persona, sin importar sexos ni si son conocidas o no. En Suramérica nos enseñan de pequeños a ayudar al otro, a decir los ‘buenos días’ siempre que lleguemos o los “hasta luego-buenas noches” cuando nos despidamos de un lugar o persona.

Hacer amigos más que una dificultad es una necesidad, seamos del campo o de la gran ciudad.

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No podíamos despedir nuestra lista suramericana sin el sabor sobreabundante que adorna nuestras mesas y alimenta nuestros corazones (por no decir barrigas). En Perú hay más de 400 tipos de papas, con colores y sabores distintos; en Ecuador las variedades del plátano también son infinitas, en Venezuela un buen guiso se consigue mientras más verduras coloridas agreguemos al sofrito, en Argentina los sabores de helados son tan camaleónicos como un arcoíris y en Colombia un desayuno sin un jugoso y rojizo bocadillo de guayaba resulta aburrido.

La verdad es que nos gusta comer y en abundancia, lejos de esas imágenes de reinas de bellezas con cinturas casi invisibles, al suramericano le gusta llenarse y el visitante goza con la abundancia de nuestros mercados populares y puestos callejeros con los más exóticos platos.

Esto es apenas un resumen de esas  rarezas  que nos hace universales. Si eres suramericano sabes que tenemos razón y si no lo eres, pero has venido de visita déjanos tus motivos, alegrías o desaciertos al pasar por nuestras tierras.


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